El miedo tiene nombre......

Ciudad Juarez


 La nota podría titularse “Un Hostel en la ciudad de Juárez”, parafraseando a la popular saga de películas que narran acerca de un club donde los interesados se reúnen a masacrar, torturar y matar turistas por placer, con la diferencia que en este caso, no son turistas, son las mismas hijas de Juárez las que lo padecen. La cifra es espeluznante.

Se habla de más de1060 casos en 14 años, aunque esta cifra nunca será del todo exacta, debido a los muchos asesinatos que pudieron haber ocurrido, de los cuales nunca tendremos noticia. Todo ocurrió –y sigue ocurriendo- en la Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, México, ciudad de unos cuatro millones de habitantes. En el 2009 se reportaron 388 mujeres y niñas asesinadas.
La primera fue Alma Chavira Farel, allá por 1993, tan sólo una niña. Las edades de estos asesinatos oscilan entre los 10 y los 35 años. Las historias son todas similarmente brutales, desgarradoras. Tanto las niñas como las mujeres son encontradas sin vida, luego de haber sido terriblemente torturadas y vejadas, a veces con signos de haberlo sido por varios días. Muchos cuerpos ni siquiera aparecen, o los restos son encontrados muchos años después, por desprevenidos transeúntes.
 Ni la colaboración del FBI ha podido esclarecer estos casos. Es increíble que tantos años después, tantos cadáveres con restos forenses de por medio, no se haya podido llegar a ninguna conclusión al respecto. Los crímenes siguen impunes al día de hoy. Amnesty International sigue el tema de cerca.

Lamentablemente, la presidenta de la seccional de México de esta entidad ha concluido que de nada ha servido que se haya creado la Fiscalía Especializada de Delitos contra la Vida, porque no hay resultados, ni medidas que garanticen la protección.

 Se crea una grave problema de impunidad se puede pensar en dos situaciones posibles: o estamos ante una super-mente maestra de la criminalidad y el horror, capaz de llevar a cabo más de mil abducciones y asesinatos, y no dejar ni una huella, ni un rastro, ni una pista, ni un vestigio de nada. O, por el contrario, la ineptitud de quienes deben investigar es supina.
También cabría una tercera posibilidad: que los intereses creados, supuestas lealtades políticas o ansias de encubrimiento sean demasiado grandes como para permitir que algún día se encuentre a algún culpable.

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